¿Pensamos con el cuerpo? Lo que el sistema sensorimotor revela sobre nuestras decisiones

El cerebro de los primates, humanos y no humanos por igual, está lejos de ser una simple torre de control que dirige desde lo alto los movimientos del cuerpo. Cada gesto, cada movimiento, cada elección que hacemos está profundamente imbricada con un sistema sensorimotor que no solo traduce intenciones en acciones, sino que participa activamente en cómo sentimos, pensamos y decidimos. Comprender esta red integrada de funciones ha dejado de ser un interés exclusivo de la neurofisiología motora para convertirse en una clave de lectura de la cognición, la emoción e incluso de la evolución de la mente humana.

Investigaciones recientes han venido a romper las fronteras entre los dominios tradicionalmente separados de lo motor, lo emocional y lo cognitivo. En primates no humanos, como los monos macacos, se han mapeado con gran precisión áreas cerebrales como el surco perisilviano posterior o la corteza somatosensorial secundaria, involucradas no solo en la percepción táctil y la planificación de movimientos, sino también en la integración de estas señales con la memoria, la atención y las emociones. Estas zonas no actúan de forma aislada, sino que están funcionalmente interconectadas con regiones del sistema límbico y de la corteza prefrontal, lo que permite que la acción esté constantemente modulada por el contexto emocional y las reglas cognitivas.

Esto lleva a una afirmación tan poderosa como sencilla: los primates no solo sienten y piensan, sino que lo hacen desde y con el cuerpo. Las acciones son informadas por estados emocionales, y las emociones, a su vez, emergen o se regulan en función del movimiento, la postura, la interacción con el entorno. Las decisiones, por tanto, no son operaciones abstractas separadas del cuerpo; son eventos dinámicos donde participan la memoria de experiencias previas, la anticipación de consecuencias motoras y el estado emocional del momento.

En contextos de toma de decisiones, esto se traduce en una arquitectura neural altamente especializada. La corteza prefrontal, reconocida como un nodo central de la cognición ejecutiva, emplea reglas abstractas para guiar la conducta, pero lo hace en constante diálogo con los circuitos parietofrontales que integran la información sensorial y motora. Esto permite que un primate pueda cambiar de estrategia ante un entorno cambiante, valorar riesgos de forma flexible, o incluso inhibir una respuesta automática si se percibe como desventajosa. Lo interesante es que estos procesos no ocurren en compartimentos estancos: las emociones modulan la evaluación de riesgos y recompensas, y los sistemas sensorimotores pueden activar o inhibir conductas según la carga emocional de una situación.

Más aún, la comparación entre humanos y otros primates permite afinar hipótesis evolutivas sobre el origen de nuestras capacidades más complejas. La sofisticación de las habilidades manuales, la capacidad de anticipar consecuencias y modular respuestas, o el uso de reglas abstractas en contextos sociales complejos, son todas competencias que se sostienen sobre una arquitectura neural que no surgió de la nada, sino que se fue esculpiendo evolutivamente a partir de sistemas sensorimotores ancestrales. En otras palabras, el pensamiento simbólico, el lenguaje o incluso la moralidad pueden tener raíces más corporales de lo que suele admitirse.

En tiempos donde se enfatiza tanto la separación entre razón y emoción, entre mente y cuerpo, estos hallazgos proponen una lectura más integrada y realista del cerebro. Pensar, sentir y actuar no son procesos secuenciales ni independientes: son expresiones de una red funcional que atraviesa todo el sistema nervioso. Y lo que entendemos por “decisión” —incluso en sus formas más elevadas— se construye con el cuerpo, desde el cuerpo y para el cuerpo.

Comprender esta unidad funcional tiene consecuencias prácticas para campos tan diversos como la educación, la psicología clínica, el diseño de interfaces cerebro-máquina o la rehabilitación neurológica. Pero también nos invita a una reflexión más profunda sobre qué significa realmente tener un cuerpo y una mente: no como entidades separadas, sino como partes de un mismo sistema vivo que siente, aprende y evoluciona.

Durante mucho tiempo, el cerebro fue visto como un órgano dividido en compartimentos estancos: aquí lo motor, allá lo emocional, más allá lo cognitivo. Sin embargo, investigaciones recientes en neurociencia integrativa —como las compiladas en el editorial de Frontiers in Integrative Neuroscience por Simone, Gerbella y Fornia (2025)— revelan una realidad muy distinta. En primates, humanos y no humanos, el sistema sensorimotor no solo ejecuta movimientos, sino que participa activamente en cómo sentimos, decidimos e incluso interpretamos el mundo.

Una red inseparable: acción, emoción y cognición

El cerebro primate funciona como una red dinámica donde regiones tradicionalmente asociadas al movimiento —como el surco perisilviano posterior, la corteza somatosensorial secundaria o la ínsula— están profundamente entrelazadas con circuitos emocionales y cognitivos. Estas áreas no solo procesan el tacto o planifican agarres, sino que integran señales sensoriales con memoria, atención y contexto social. La ínsula, en particular, es un nodo clave: su parte anterior se vincula al movimiento oral y el gusto; la dorsal, a acciones como agarrar; y la ventral, a procesamiento social.

Estos hallazgos rompen con la idea de que "pensar" y "sentir" son procesos abstractos separados del cuerpo. Por el contrario, las decisiones emergen de un diálogo constante entre la corteza prefrontal (encargada de reglas abstractas) y circuitos parietofrontales (que combinan información sensorial y motora). Cuando un primate —o un humano— evalúa riesgos, inhibe un impulso o cambia de estrategia, lo hace gracias a esta integración. Las emociones modulan la percepción de recompensas, y las acciones retroalimentan estados internos. Como señalan los autores, "pensar, sentir y actuar son expresiones de una misma red funcional".

De la evolución a la clínica: lecciones del cerebro primate

Estudiar primates no humanos no es solo un ejercicio académico. Su cercanía evolutiva con nosotros permite rastrear el origen de capacidades humanas complejas, como el uso de herramientas o la interacción social. Por ejemplo, la expansión del córtex prefrontal lateral (LPF) en primates está ligada a habilidades motoras sofisticadas y a la implementación de reglas contextuales. Curiosamente, su organización —con regiones caudales conectadas a áreas motoras y rostrales a redes cognitivas— se refleja incluso en proyecciones talámicas, como demuestra el estudio de Borra et al. citado en el editorial.

Esta arquitectura neural tiene aplicaciones médicas concretas. Técnicas de mapeo cerebral intraoperatorio, desarrolladas gracias a investigaciones en primates, hoy permiten extirpar tumores como gliomas con menor riesgo de dañar circuitos esenciales para el movimiento o la planificación. Preservar estas redes —especialmente las vías corticoespinales y parietofrontales— es crucial para mantener la calidad de vida postquirúrgica. Como destacan Gambaretti et al., "estructuras evolutivamente conservadas en humanos fueron cooptadas para funciones cognitivas superiores", y entender su organización ayuda a protegerlas.




















¿Dónde termina el cuerpo y empieza la mente?

El mensaje más provocador de esta investigación es que la dicotomía entre "mente" y "cuerpo" es artificial. El sistema sensorimotor no es un mero ejecutor de órdenes cerebrales, sino un participante activo en la cognición. Cuando manipulamos un objeto, no solo activamos músculos: reclutamos memoria de experiencias pasadas, anticipamos consecuencias y ajustamos nuestra conducta según el estado emocional del momento. Incluso habilidades consideradas exclusivamente humanas —como el lenguaje o la moral— podrían tener raíces en circuitos ancestrales vinculados al movimiento y la percepción corporal.

Este enfoque integrado tiene implicaciones prácticas: desde diseñar interfaces cerebro-máquina que aprovechen señales sensorimotoras, hasta mejorar terapias de rehabilitación neurológica. Pero también invita a repensar qué nos hace humanos. Si la mente no flota separada del cuerpo, sino que se construye con él y desde él, entonces entender nuestra biología es también entender nuestra capacidad de crear, empatizar y decidir.

Esta comprensión integrada del cuerpo y el cerebro no es nueva. El neurólogo Antonio Damasio fue uno de los primeros en argumentar, desde una perspectiva neurocientífica, que la racionalidad no puede entenderse sin las emociones. Su teoría del marcador somático, propuesta en los años noventa, sostenía que las decisiones humanas se basan en señales corporales asociadas a experiencias emocionales pasadas. Estas señales —cambios viscerales, expresiones faciales, sensaciones musculares— actúan como atajos para evaluar rápidamente las opciones disponibles, orientando nuestras acciones incluso antes de que seamos conscientes de ello. Damasio desafió así la noción cartesiana de una mente separada del cuerpo, proponiendo una visión en la que la emoción es inseparable del pensamiento racional.

En ese marco, el cuerpo no es un mero ejecutor de comandos cerebrales, sino un sistema dinámico que informa activamente a la mente. Uno de los canales más importantes para esta comunicación es el nervio vago, una estructura fascinante que conecta el cerebro con órganos como el corazón, los pulmones, el intestino y el hígado. Más del 80% de sus fibras llevan señales desde las vísceras hacia el encéfalo, en una especie de “cableado ascendente” que informa al sistema nervioso central sobre el estado interno del cuerpo. Estas señales pueden modular la atención, la percepción emocional, e incluso la capacidad de tomar decisiones adaptativas. Hoy sabemos que estimular el nervio vago puede tener efectos terapéuticos en depresión, epilepsia o ansiedad, lo que resalta su papel clave en el eje cerebro-cuerpo.

Aunque el artículo no aborda directamente estas contribuciones, sus hallazgos empíricos las refuerzan desde otra perspectiva: la observación directa de circuitos sensorimotores que integran emoción, cognición y acción. En cierto modo, las teorías de Damasio y el estudio del nervio vago trazaron el camino conceptual que hoy comienza a validarse con evidencia neuroanatómica y funcional en primates. Este cruce entre lo experimental y lo teórico fortalece la idea de que el cuerpo no es periférico al pensamiento: es su fundamento fisiológico.

Referencia

Simone L, Gerbella M, Fornia L. Editorial: The primate's sensorimotor system and its relationship with emotion, cognition, and decision-making. Front Integr Neurosci. 2025 Jun 5;19:1629851. doi: 10.3389/fnint.2025.1629851. PMID: 40539207; PMCID: PMC12176867.

#Neurociencia #CuerpoYCognición #SistemaSensorimotor #TomaDeDecisiones #Neurociencia #CogniciónYEmoción #MenteYCuerpo #SistemaSensorimotor #TomaDeDecisiones #EjeIntestinoCerebro #NervioVago #MarcadorSomático

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Los 30 neurocientíficos vivos más influyentes de hoy en día

Psicólogo ciego ayuda a otros a ver soluciones

Proyecto Abecedarian: un ensayo controlado aleatorio de educación temprana que ha seguido a niños desde 1971